Los reyes y los elefantes.

En mi repaso diario a los medios de comunicación escritos, esos a los que antes llamábamos “periódicos”, me he encontrado con un titular que me ha llamado la atención:

<< Las finanzas de Juan Carlos I, otro elefante en la habitación del Congreso >>

Independientemente de si el titular se corresponde con el contenido y de si la metáfora del “elefante” está pensada en los destrozos que el paquidermo origina al entrar en una “cacharrería”, o referida al famoso episodio de Botsuana que significó el principio del fin del reinado del “Emérito”, a mí me ha hecho pensar en la “incidencia” de este enorme animal (me refiero al elefante, claro está) en la historia. Su utilización como “arma de guerra” y su domesticación para disfrute humano.

De sobra es conocido que Aníbal, general cartaginés, los utilizó para atravesar los Alpes y vencer a las legiones romanas, pero quizás no lo sea tanto que antes los había utilizado en la “batalla del Tajo”. Esta batalla se había llevado a cabo en un paraje de este río conocido como “Valdeguerra”, cercano a la localidad de Colmenar de Oreja, pueblo perteneciente a la Comunidad de Madrid.

Y si bien Aníbal y su “tropa”, en primera instancia, fue capaz de aterrorizar a las legiones romanas, estas, (listo que eran los romanos) encontraron de manera rápida una forma de contrarrestar el efecto devastador que provocaban los paquidermos y en la siguiente batalla, la de Zama, la carga de los elefantes se demostró ineficaz, toda vez que los “manípulos” (una suerte de cuerpo especial de las legiones romanas que venía a ser como lo que hoy se conoce como “Infantería”) se hicieron a un lado y les permitieron pasar, evitando así el aplastamiento.

No era la primera vez que este enorme y “simpático” animal era utilizado para actos bélicos, pues tanto chinos, como Indos y persas ya lo habían hecho unos cientos de años antes, e incluso el gran Alejandro Magno tendría el “honor” de ser el primer contacto europeo con esta “arma de destrucción masiva”, sobre todo para quienes se llevaba por delante.

Claro, que la historia también recoge algunos episodios trágicos para estos animales, pues según explicaba Plinio el Viejo, el elefante se asusta de manera extrema ante el chillido de un cerdo, así que, en una de las “clásicas” guerras entre atenienses y espartanos, fue sitiada la ciudad de Megara, en aquellos momentos aliada de Esparta y hoy ciudad de Grecia. Los megarenses, ante la situación que se les presentaba, se acordaron de Plinio y vertieron aceite sobre una piara de cerdos, les prendieron fuego y los lanzaron contra los elefantes de guerra enemigos. Podríamos decir que “allí se armó la de Troya”, pues los elefantes se desbocaron, aterrorizados por los chillidos de los cerdos llameantes. Como vemos, salvajes hubo en todas las épocas.

También durante la Edad Media, aunque ya en menor medida, se llegó a utilizar al elefante como arma de guerra y hasta hace un siglo, durante la I Guerra Mundial, se utilizó como fuerza para el transporte de equipamientos pesado.

Pero no quisiera desviarme del acontecimiento que se me vino a la memoria cuando leí la noticia antes citada, pues si bien, a mi juicio de manera errónea, hay quienes sitúan el “nacimiento de España” en los Reyes Católicos, cosa esta, más que discutible, pero que no es momento de refutar, si es verdad que Fernando II de Aragón, ya casado con Isabel de Castilla y formando el “dúo católico”, decidieron, allá por 1480, que ya era hora de acabar con el último enclave árabe en España, el Reino de Granada, y para ello, y sobre todo para ver cómo se pagaba la “fiesta”, convocó en Toledo, en pleno mes de enero de 1480, (con el frío que hace en Toledo) a las Cortes (que no era otra cosa que una reunión de los “caciques” de cada lugar para decidir qué aportaba cada uno al coste que suponía la aventura de acabar con el “Reino de Granada”, que, para más inri, Granada era reino vasallo de Castilla y pagaba tributos por ello).

Pues como decía, Fernando el Católico disponía de un elefante, regalo del embajador de Chipre, (a ver si creemos que eso de los regalos a los reyes es un invento del “Emérito», pues no, que viene de lejos) y con el gran paquidermo, se presentó en la ciudad, avanzando por las calles de Toledo. Tal vez sin ser consciente del papel que los elefantes jugarían, siglos más tarde, en el devenir de la monarquía.

Bueno, pues hasta aquí la “anécdota”. Como vemos, un rey montó un elefante y otro se dedicaba a matarlos, pero con un elemento en común, el regalo, que parece que estos «ejemplares» monárquicos son de vivir bien, pero de gastar poco. Bueno, poco de bolsillo propio, que del bolsillo ajeno…

Y volviendo a la noticia, parece ser que hay un elefante en una de las habitaciones del Congreso, esperemos que no sea el “elefante blanco”, tan invocado en una aciaga tarde de febrero de 1981.

Rafa Valera 07_12_2020

Rafa Valera

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