La necesaria «emancipación».

Mantiene Manuel Vicent en su obra “Radical Libre”, que “si los mitos de la antigüedad se reproducen siempre bajo formas modernas, tal vez el lugar que antes ocupaba Dios hoy lo ocupa Internet con una antena en el Sinaí”.

Con su proverbial ironía y sarcasmo, Vicent, nos recuerda que por esta “telaraña” que conforman internet, redes sociales, algoritmos y el “supremo” Google, circulan y se almacenan, no solo nuestro comportamiento, también nuestros sentimientos expresados en forma de “clip”, en forma de “like”.

Cada vez que interactuamos en la red dejamos “huellas”, les ofrecemos las pistas necesarias a esas “mentes cibernéticas” que nos vigilan cuan policía, para que indaguen sobre qué es lo que necesitamos y cómo debemos actuar. Es sin duda unos de los peligros que tiene este mundo virtual que, cada día, empieza a resultar tan peligroso como el mundo “real” –no he sido capaz de encontrar un antónimo de “virtual”, que sea más explícito para constatar las similitudes entre ambos “mundos”-.

Es decir, por un mundo, el virtual, navegan nuestras confidencias, diversiones, sueños y “perversiones” en forma de datos, mientras que, por el otro, el real, navegan nuestras necesidades, nuestros sufrimientos y nuestras preocupaciones en forma de sentimientos y “punzadas” en el estómago. Dos mundos paralelos en los que cada día cuesta más, no ya separarlos, sino, diferenciarlos. Y cada cual lo hace y lo sufre a su manera.

Y esto, que Vicent presenta como un peligro para la propia capacidad del ser humano para mantener la rebeldía y el libre albedrío, supone, en mi opinión, un peligro mayor, el de convertir a imbéciles en “líderes” sociales y políticos. En definitiva, en connivencia con la red, estamos “creando el monstruo” sin tener muy claro cuánto daño nos hará.

Si dedicáramos unos minutos a “repensar” nuestra actividad en el “mundo cibernético”, las Redes Sociales, juegos, App’s y otras tareas que solemos realizar a través del PC, Tablet, o teléfono móvil, seguramente convendríamos que solemos hacer cosas sin meditarlas mucho. No solo ponemos nuestra confidencialidad ante la “ventana”, sino que clicamos sobre publicaciones (la mayoría de las veces sobre el “Me gusta”), abrimos enlaces y dejamos opiniones sobre aquello que nos gusta, o que nos molesta, pero a nadie se nos ocurre pensar qué consecuencias tiene ese gesto o ese comentario. Porque dar un “Me gusta” en la publicación de un/a “amigo/a” tiene la intención de mostrar coincidencia, acuerdo o discrepancia con lo publicado, pero ello es una pista “algorítmica” para que ese contacto sea uno de los que veamos con asiduidad. De igual manera ocurre cuando “clicamos” y abrimos un enlace de un medio de comunicación, solo que, además, contribuimos a “engordar” las ganancias del mismo. No digo nada de quienes comparten en las RR.SS. sus propios artículos, escritos en un medio y que, en ocasiones, se cobran en función del número de lectores obtenidos.

Pero si todo lo anterior supone un motivo para la reflexión, lo es mucho más la masiva difusión de noticias, da igual que sean positivas o negativas, de una persona en concreto, o de una entidad, de cualquier índole que sea esta. Recordemos en viejo aforismo: “Lo importante es que hablen de ti, aunque sea mal”. ¡Y si es en las redes, pues mejor!

Ahí está el ejemplo de Ayuso, un año de memes, críticas a mansalva y cachondeos varios, pero que han servido para encumbrar a un “encefalograma plano”. Las ciencias sociales y la psicología de masas tienen un amplio campo de estudio con ello.

Con esta forma de actuar se producen dos “fenómenos”, el primero que una persona, entidad, o noticia concreta, copa la actualidad, llama la atención de lectores, oyentes o espectadores. El segundo fenómeno, es que “tapa” a otras (llamémosle “competencia”) que podrían trasladarnos elementos de conocimiento o reflexión mucho más conveniente, pero ya los “algoritmos” saben cuál es nuestro parecer sobre ese tema concreto y nos lo volverá a presentar de manera prioritaria.

Es este “patio vecinal” (me refiero a Facebook) en el que nos movemos, llevo un tiempo observando la reacción ante determinadas actuaciones. Como bien sabemos, los anuncios pagados son cada vez más frecuentes, los vemos con más asiduidad, yo llevo un tiempo haciendo “limpieza” de los mismos. Es decir, cada vez que veo la publicación de un anuncio (sin abrir su enlace ni entrar a visualizarlo) lo “denuncio” para que no me vuelva aparecer, hay otros en los que he clicado para ver qué ocurre con ellos. A raíz de esto, he observado dos cosas, la primera, me aparecen anuncios muy similares a los “denunciados” (que vuelvo a denunciar) y se han incrementado aquellos en los que he “clicado”, la segunda, (y esto es solo una sospecha) que mis publicaciones tardan en aparecer, a veces ni yo mismo las veo hasta pasado un buen rato y otras veces desaparecen durante un tiempo.

Sin embargo, quienes se dedican al bulo y a la fabricación de mentiras – que hay quienes lo han convertido en una forma de ganarse “los garbanzos”-, campan a sus anchas por el “patio vecinal, podríamos decir aquello de “como Pedro por su casa”. Y así nos encontramos con esas páginas que atraen con noticias “escandalosas”, el personal cae en la trampa, las “pincha” y sus creadores se dicen: “Es fenomenal ver cómo el tráfico sube, cómo he sido capaz de engañar a la gente con estas falsedades. ¡Y cómo aumentan los ingresos!

Porque esto de inventar noticias deliberadamente para engañar no es algo nuevo. Quizás con las redes sociales se haya “popularizado” y perfeccionado como para que a veces resulte complicado distinguir entre verdaderas y falsas. A ello, sin duda, contribuye la “rapidez” con las que solemos reaccionar, sin haber “madurado” sobre lo visto, oído o leído. La prueba está en los comentarios que se leen en las publicaciones de algunos medios satíricos o bromistas, que gran parte de quienes comentan lo hacen sin caer en la cuenta de qué tipo de medio es. Y no digo nada de aquellos “maestros de los memes”, los cuales se comparten de forma masiva para terminar haciendo bueno eso de: “La falsedad vuela y la verdad viene cojeando tras ella».

Hace algunos años se puso de “moda” compartir las publicaciones de unas páginas Web, que se presentaban como medios de comunicación y que toda su labor era coger las noticias de otros, hacer un “refrito”, con su claro barniz ideológico, y publicarlas como propia. Por supuesto no había firma que las respaldasen, ni referencia a “fuentes” de las que salían esas noticias. Los ingresos publicitarios de esas páginas superaban muchos meses la cantidad de diez mil euros, que no está nada mal teniendo en cuenta que detrás de ellas no solía haber más que una, o como mucho dos, personas y un ordenador desde el que actuar.

Y este es el mundo en el que cada día nos adentramos (o nos adentran) más, al que revelamos nuestros más “íntimos” secretos (que cosa más íntima que nuestros datos bancarios), al que confiamos nuestras actividades diarias y del que cada vez se nos hace más complicado prescindir. Hoy el “móvil” es el dueño de nuestras vidas, estamos en sus manos (bueno, en las manos de los algoritmos que nos controlan) y quienes osen “rebelarse” no saben a lo que se exponen.

Si salir sin el móvil de casa es ya una “aventura de alto riesgo”, imaginemos que sería de nuestras vidas sin ese pequeño (cada vez menos pequeño) “amigo”.

¡Ah! Y además tenemos que alimentarlo, de manera que esta noche no se nos vaya a olvidar cargarlo.

Así que me estoy planteando la “emancipación tecnológica”. ¡Veremos!

Rafa Valera 17_05_2021