El manifiesto de Sandhurst. Antecedentes y consecuencias.

Esta es la recopilación completa de los cuatro artículos publicados en el «Muro» de Facebook durante los días 25, 26, 27 y 28 de diciembre.

Tal día como mañana, 26 de diciembre, pero de 1874, se publicaría en la prensa española el llamado “Manifiesto de Sandhurst”, conocido de esta forma por ser en esa ciudad inglesa, donde Alfonso XII – como príncipe de Asturias- lo había rubricado el día 1 de ese mismo mes.

El manifiesto es una proclama cuya redacción los historiadores, de forma casi unánime, atribuyen a la pluma Cánovas del Castillo, (y que se transcribe de forma literal al final del artículo), pero para llegar a esto, antes habían sucedido otros acontecimientos que merece la pena recordar.

La revolución de 1868, conocida como “La Gloriosa”, o “La Septembrina”, que tuvo su origen en el “Pacto de Ostende”, destronó a Isabel II de Borbón y dio paso al llamado “Sexenio democrático”; un periodo que refleja con extremada exactitud la convulsa “historia” de España en el siglo XIX.

La “Gloriosa”, trató de acabar con un “largo capítulo de la monarquía en España”, buscándose la estabilidad con una nueva forma de Gobierno, pero las fuerzas republicanas se encontraban en franca minoría.

En un primer momento, las Cortes, que aprobaron una constitución de corte liberal, rechazaron el concepto de una república para España, y Serrano fue nombrado regente mientras se buscaba un monarca adecuado para liderar el país. Esa búsqueda dio como resultado el reinado de Amadeo I de Saboya – ya publiqué un artículo sobre este acontecimiento, “Un rey con contrato eventual”– y tras la “destitución-abdicación de este, la proclamación de la Primera República.

La Primera República “nacería” el 11 de febrero de 1873, cuando las Cortes, Congreso y Senado, reunidos de forma conjunta por la “abdicación” de Amadeo I de Saboya, y tras algunos discursos como el pronunciado por Emilio Castelar: 

<< Señores, con Fernando VII murió la monarquía tradicional; con la fuga de Isabel II, la monarquía parlamentaria; con la renuncia de don Amadeo de Saboya, la monarquía democrática; nadie ha acabado con ella, ha muerto por sí misma; nadie trae la República, la traen todas las circunstancias, la trae una conjuración de la sociedad, de la naturaleza y de la Historia. Señores, saludémosla como el sol que se levanta por su propia fuerza en el cielo de nuestra Patria. >>

A las tres de la tarde del citado día: << La Asamblea Nacional reasume todos los poderes y declara la República como forma de gobierno de España, dejando a las Cortes Constituyentes la organización de esta forma de gobierno. Se elegirá por nombramiento directo de las Cortes un poder ejecutivo, que será amovible y responsable ante las mismas Cortes. >>

La República es proclamada por 258 votos a favor y 32 en contra. Horas más tarde, las Cortes eligen presidente del Poder Ejecutivo al republicano federal  Estanislao Figueras que estaría al frente de un gobierno pactado entre los radicales y los republicanos federales.

Hombres como Emilio Castelar, Pi y Margall, Nicolás Salmerón, José Echegaray…entre otros conformarían el primer gobierno republicano en la historia de España.

La Primera República fue efímera a la vez que “convulsa», antes de cumplir su primer mes de vida, ya sufrió un intento de golpe de estado.

Tras las elecciones –con muy escasa participación- celebradas en el mes de mayo, el 10 de junio se proclama la “República Federal”, lo que hace que el, hasta entonces, presidente del gobierno, Estanislao Figueras,  según se cuenta, preso del pánico, huya a Francia,​ dejando disimuladamente su dimisión en su despacho de la Presidencia,​ se fue a dar un paseo por el  parque del Retiro y, sin decir una palabra a nadie, tomó el primer tren que salió de la estación de Atocha. No se bajó hasta llegar a Paris.

No sin antes dejar una frase para la historia, pronunciada durante la celebración de un Consejo de Ministros:

«Señores, ya no aguanto más. Voy a serles franco: ¡estoy hasta los cojones de todos nosotros!»

Aunque él la pronunciara en catalán:  Senyors, ja no aguanto més. Vaig a ser-los franc: estic fins als collons de tots nosaltres!

Se sucedieron gobiernos presididos por Pi Y Margall, Nicolás Salmerón y Emilio Castelar, cuya derrota parlamentaria, el 3 de enero de 1874, coincidió con el golpe de estado llevado a cabo por el General Manuel Pavía – golpe que el propio Castelar conocía desde semanas antes – y el acceso al gobierno del general Serrano. Este acontecimiento podría ser considerado como la “muerte” de la Primera República, aunque “nominalmente” siguiera existiendo durante casi un año más.

El gran escritor canario, Pérez Galdós, define de una firma muy certera ese periodo, en su obra, de la inacabada quinta serie de «Los episodios nacionales», “La Primera República”:

<< Ansío penetrar con vosotros en la selva histórica que nos ofrecen los adalides republicanos en once meses del año 1873, año de sarampión agudísimo del que salimos por la intensa vitalidad de esta vejancona robusta que llamamos España. >>

Habían sido seis años sacudidos por la inestabilidad política; se sucedieron una regencia, una monarquía democrática y una república, además de varias guerras y conflictos “cantonales”.

Pero volvamos al “Manifiesto de Sandhurst”, del que, como hemos dicho antes, se asegura salió de la pluma del malagueño Antonio Cánovas del Castillo, creador del “partido Alfonsino” durante el sexenio democrático y, que a partir de 1873 pasó a planear la vuelta de los Borbones a España.

En este manifiesto, Alfonso XII, por “cerebro” de Cánovas, expone las líneas de lo que debía ser su proyecto restaurador, defendiendo el papel de la monarquía, el derecho que hereditariamente le asiste y abogando por una monarquía Constitucional e integradora, que compatibilizara la tradición católica y la libertad, y superara las constituciones anteriores. En esos momentos, el Jefe del Estado era el general Serrano, y Sagasta jefe de Gobierno.

De manera que, tres días después de publicarse este manifiesto en la prensa española – el 29 de diciembre – el general Martínez Campos, en «Las Alquerietas», cerca de Sagunto, proclama rey de España a Alfonso XII y Cánovas asume, de manera inmediata, el “Ministerio-regencia” a la espera de la llegada del rey.

Rafa Valera 25_12_2020

Nota: Con el fin de no hacer excesivamente largo este artículo, lo publicaré en varias entregas y finalmente enlazaré el documento completo por si alguien tuviera interés en leerlo en su totalidad.

La imagen puede contener: 1 persona, texto que dice "...Por mi parte, debo al infortunio estar en contacto con los hombres y las cosas de la Europa moderna, si en ella no alcanza España una posición digna de su historia, de consuno independiente simpática, culpa mia no serd ni ahora ni nunca. Sea la quequiera mj propia suerte ni dejaré de ser buen español ni, como todos mis antepasados, buen católico, ni, como hombre del siglo, verdaderamente liberal. Suyo, afmo., Alfonse de Borbón. Nork-Town (Sandhurst), de 1874 de diciembre"

Manifiesto de Sandhurst , publicado en la prensa el 26 de diciembre de 1874

“He recibido de España un gran número de felicitaciones con motivo de mi cumpleaños, y algunas de compatriotas nuestros residentes en Francia. Deseo que con todos sea usted intérprete de mi gratitud y mis opiniones.

Cuantos me han escrito muestran igual convicción de que sólo el restablecimiento de la monarquía constitucional puede poner término a la opresión, a la incertidumbre y a las crueles perturbaciones que experimenta España. Díceme que así lo reconoce ya la mayoría de nuestros compatriotas, y que antes de mucho estarán conmigo los de buena fe, sean cuales fueren sus antecedentes políticos, comprendiendo que no pueda tener exclusiones ni de un monarca nuevo y desapasionado ni de un régimen que precisamente hoy se impone porque representa la unión y la paz.

No sé yo cuándo o cómo, ni siquiera si se ha de realizar esa esperanza. Sólo puedo decir que nada omitiré para hacerme digno del difícil encargo de restablecer en nuestra noble nación, al tiempo que la concordia, el orden legal y la libertad política, si Dios en sus altos designios me la confía.

Por virtud de la espontánea y solemne abdicación de mi augusta madre, tan generosa como infortunada, soy único representante yo del derecho monárquico en España. Arranca este de una legislación secular, confirmada por todos los precedentes históricos, y está indudablemente unida a todas las instituciones representativas, que nunca dejaron de funcionar legalmente durante los treinta y cinco años transcurridos desde que comenzó el reinado de mi madre hasta que, niño aún, pisé yo con todos los míos el suelo extranjero.

Huérfana la nación ahora de todo derecho público e indefinidamente privada de sus libertades, natural es que vuelva los ojos a su acostumbrado derecho constitucional y a aquellas libres instituciones que ni en 1812 le impidieron defender su independencia ni acabar en 1840 otra empeñada guerra civil. Debióles, además, muchos años de progreso constante, de prosperidad, de crédito y aun de alguna gloria; años que no es fácil borrar del recuerdo cuando tantos son todavía los que los han conocido.

Por todo esto, sin duda, lo único que inspira ya confianza en España es una monarquía hereditaria y representativa, mirándola como irremplazable garantía de sus derechos e intereses desde las clases obreras hasta las más elevadas.

En el intretanto, no sólo está hoy por tierra todo lo que en 1868 existía, sino cuanto se ha pretendido desde entonces crear. Si de hecho se halla abolida la Constitución de 1845, hállase también abolida la que en 1869 se formó sobre la base inexistente de la monarquía.

Si una Junta de senadores y diputados, sin ninguna forma legal constituida, decretó la república, bien pronto fueron disueltas las únicas Cortes convocadas con el deliberado intento de plantear aquel régimen por las bayonetas de la guarnición de Madrid. Todas las cuestiones políticas están así pendientes, y aun reservadas, por parte de los actuales gobernantes, a la libre decisión del porvenir.

No hay que esperar que decida ya nada de plano y arbitrariamente, sin Cortes no resolvieron los negocios arduos de los príncipes españoles allá en los antiguos tiempos de la monarquía, y esta justísima regla de conducta no he de olvidarla yo en mi condición presente, y cuando todos los españoles estén ya habituados a los procedimientos parlamentarios. Llegado el caso, fácil será que se entiendan y concierten las cuestiones por resolver un príncipe leal y un pueblo libre.

Nada deseo tanto como que nuestra patria lo sea de verdad. A ello ha de contribuir poderosamente la dura lección de estos últimos tiempos que, si para nadie puede ser perdida, todavía lo será menos para las hornadas y laboriosas clases populares, víctimas de sofismas pérfidos o de absurdas ilusiones.

Cuanto se está viviendo enseña que las naciones más grandes y prósperas, y donde el orden, la libertad y la justicia se admiran mejor, son aquellas que respetan más su propia historia. No impiden esto, en verdad, que atentamente observen y sigan con seguros pasos la marcha progresiva de la civilización. Quiera, pues, la Providencia divina que algún día se inspire el pueblo español en tales ejemplos.

Por mi parte, debo al infortunio estar en contacto con los hombres y las cosas de la Europa moderna, y si en ella no alcanza España una posición digna de su historia, y de consuno independiente y simpática, culpa mía no será ni ahora ni nunca. Sea la que quiera mi propia suerte ni dejaré de ser buen español ni, como todos mis antepasados, buen católico, ni, como hombre del siglo, verdaderamente liberal.

Alfonso XII. Sandhurst 1874 Suyo, afmo., Alfonso de Borbón. Town (Sandhurst), 1 de diciembre de 1874

El manifiesto de Sandhurst. Antecedentes y consecuencias (2)

Si en el artículo de ayer nos centramos, de manera fundamental, en los acontecimientos que precedieron a la “Primera restauración borbónica”, tal vez sea bueno, a la vez que necesario, que hoy le dediquemos un espacio a la propia figura de quien encarnó esa restauración, el rey Alfonso XII, hijo de Isabel II quien después de 35 años de convulso reinado y ya en el exilio, el 25 junio 1870, abdicaría en favor de su hijo Alfonso XII.

Al nacer Alfonso XII se le otorgó el título de “Príncipe de Asturias” y se decidió que entre los preceptores del príncipe se encontrasen José Osorio y Silva, Duque de Sesto, el general Martiniano Moreno y el arzobispo de Burgos. Este último elegido por la reina Isabel II tras consulta con el papa Pio IX.

José Osorio fue un personaje peculiar, conocido como “Pepe Osorio” o “Pepe Alcañices”, había sido nombrado alcalde de Madrid por Leopoldo O’Donnell un día antes de que este fuese destituido como Presidente del Consejo de Ministros. Estaría en el cargo de alcalde hasta 1864. Curiosamente, con la vuelta de O’Donnell al poder un año más tarde, le nombró también corregidor. Las crónicas hablan de “Pepe Osorio” como un buen alcalde que puso su empeño en erradicar la suciedad de la ciudad. Para ello creo los “urinarios públicos” y estableció sanciones para quienes hicieran sus necesidades en la calle.

Este personaje, “Pepe Osorio”, publicó un bando prohibiendo a la población realizar sus necesidades fisiológicas en la vía pública bajo una multa de 20 pesetas, cantidad que resultaba desmesurada para la época. Este hecho hizo que de manera anónima se pintasen junto a los carteles de prohibición los conocidos versos dedicados al nuevo alcalde:

 «¿Cuatro duros por mear? ¡Caramba, qué caro es esto! ¿Cuánto cobra por cagar el señor duque de Sesto?».

Desempeñó un papel impórtate en la causa Alfonsina, en la que gastó gran parte de su fortuna. Puso a disposición de la familia Real española su residencia de Deauville (Francia) durante su exilio, y costeó los gastos que conllevó el mismo. Su relación con la reina María Cristina fue algo más que “tirante”, pues esta consideraba a “Pepe Osorio” como el responsable de las correrías de su marido. De forma que, a la muerte del rey, María Cristina, tras revisar las cuentas de la casa real, le exigió explicaciones por unas partidas que correspondían a préstamos otorgados al rey y que se le habían venido devolviendo. Como quiera que este se negó a dar explicaciones, su relación con la casa real dejó de ser fluida, sin que ello supusiera una merma de su influencia político empresarial.

En 1968, cuando Alfonso XII, contaba solo 11 años, y al ser destronada su madre tuvo que abandonar España. Se había producido la Revolución conocida como “La Gloriosa”, llevada a cabo por los generales Serrano, Prim y Topete, cuyo manifiesto de pronunciamiento, leído por Topete, culminaba con la famosa frase de: “¡Viva España con honra!”.

Ya vimos ayer que “La Gloriosa” trajo consigo la elección de Amadeo de Saboya como rey de España, y tras la caída de este, la llegada de la I República.

En su destierro, Isabel y su marido, Francisco de Asís, se instalaron por separado en París, y para el príncipe Alfonso supuso adquirir una experiencia inestimable, al encontrarse así con otros sistemas políticos como el francés, el austríaco o el británico. De hecho, fue el primer príncipe de Asturias que se formó en centros educativos y militares extranjeros.

El 25 de junio de 1870, Isabel II abdica en favor de su hijo Alfonso, quien después de estancias en Paris, Ginebra y Viena, ingresa en la Academia militar inglesa de Sandhurst, ciudad en la cual rubricó el conocido manifiesto.

Tras el pronunciamiento de Martínez Campos, Alfonso XII llega a Barcelona el 9 de enero de 1875, en la fragata de hélice “Navas de Tolosa”, a la cual había salido a recibir la Diputación Provincial, presidida por el gobernador interino, a bordo del vapor “Jaime II” y según se recoge en el tomo XXV de la “Historia General de España” (Modesto Lafuente-Juan Valera):

<< Esta corporación se trasladó a la fragata, en un bote que desde esta le fue enviado, en las aguas de Badalona, siendo por consiguiente sus individuos los primeros que en nombre de España felicitaron al nuevo monarca. A lo que este respondería: “que quería mucho a Cataluña y que el título que llevaba con más orgullo era el de conde de Barcelona”. >>

Según varias fuentes históricas, “El rey fue recibido por un inmenso gentío que se agolpaba en las calles y plazas del tránsito, desde el puerto hasta la Catedral, en donde se cantó un solemne Te Deum”, posteriormente obsequiado con un banquete en el histórico “Salón de Ciento de las Casas Consistoriales” y luego con una función de gala en el Gran Teatro del Liceo.

Ese mismo día y antes de partir para Valencia, firmó el Real Decreto nombrando ministros responsables a las mismas personas que formaban el Ministerio-Regencia, que encabezaba Cánovas del Castillo, que había sido el defensor de la causa “Alfonsina” en las Cortes.

Cuando Alfonso XII asume la jefatura del Estado, con el título de rey, contaba con la edad de 17 años cumplidos el 28 de noviembre del año anterior.

El primer problema, con el que Alfonso XII se encontró nada más iniciar su reinado fue la “Tercera Guerra Carlista”, que venía produciéndose desde 1872, en un principio en las provincias vascas y Navarra, y que tras la restauración por parte del pretendiente al trono; Carlos VII, en julio de 1872 de los fueros abolidos por los decretos de Nueva Planta por Felipe V, se sumaron al levantamiento algunas zonas de Cataluña y en menor medida en Valencia y Aragón.

Estos asuntos, serían parte del discurso del rey pronunciado el martes, 15 de febrero de 1875, en la apertura solemne –con la pompa de costumbre- de las primeras Cortes de la Restauración.

Una parte del “carlismo”, la liderada por el militar Ramón Cabrera, reconoció a Alfonso XII como legítimo Rey el 11 de febrero de 1875, mientras que otra continuó la guerra hasta que fueron sofocadas las insurrecciones y el pretendiente al trono, Carlos VII, huyó a Francia al grito de «¡volveré!», cosa que, evidentemente, no cumplió.

El número de bajas producido en esta guerra es difícil de concretar, pues las cifras que manejan los historiadores varían entre siete mil y cincuenta mil, por lo que con esa disparidad definir una cifra exacta resulta imposible.

Tras la derrota del “carlismo” en febrero de 1876, se produce la abolición de los Fueros en las provincias Vascongadas y Navarra. El fin del gobierno foral en el País Vasco hizo que el gobierno de Antonio Cánovas pactase el llamado Primer acuerdo económico vasco (lo que hoy conocemos como “El cupo vasco”), en el que se seguía dando cierta libertad económica a esta región, permitiendo a las autoridades locales recaudar ellos mismos los impuestos. Acuerdo, materializado en un primer decreto, fechado el 28 de febrero de 1878. Estos cambios políticos dieron lugar a un gran crecimiento económico e industrial del País Vasco, que se convirtió en una de las regiones más avanzadas e industrializadas del país. Por el contrario, trajo consigo el incremento del sentimiento “fuerista”, lo que años después, en 1895, propició la creación del Partido Nacionalista Vasco.

Si ya la finalización de la “Tercera Guerra Carlista” supuso un alivio para su reinado, el cese de hostilidades en Cuba, con la llamada “Paz de Zanjón”, no lo fue menos.

Pero volviendo al “protagonista” de este segundo artículo, Alfonso XII contraería matrimonio el 23 de enero de 1878, en la Basílica de Atocha de Madrid, con su prima María de las Mercedes de Orleans, con la que mantenía una relación desde 1872 (fecha en la que Alfonso XII contaba 13 años y María de las Mercedes 12).

María de las Mercedes había regresado a España tras la proclamación Alfonso como rey, instalándose en el Palacio de San Telmo de Sevilla, que ya había sido su residencia familiar. Este matrimonio contó con la oposición de Isabel II, a causa del enfrentamiento que mantenía con el Duque de Montpensier, padre de la novia. Las preferencias del gobierno eran que el rey se casase con alguna princesa europea, pero se impusieron los deseos de Alfonso XII.

El asunto del matrimonio del Rey fue debatido en las Cortes, pues había un amplio sector de diputados que quería el matrimonio del Rey con una princesa europea por el tema de las alianzas, pero Alfonso XII siempre quiso casarse con su prima María de las Mercedes. Cabe destacar la intervención de un ministro del gobierno en la sesión parlamentaria en la que mostró el apoyo al rey en su elección diciendo:

<<La infanta doña Mercedes está fuera de toda discusión: los ángeles no se discuten. >>

Se casaron en la Real Basílica de Atocha, el 23 de enero de 1878 a las doce de la mañana. Fue un matrimonio que tuvo una duración de menos de seis meses, porque María de las Mercedes contrajo el tifus y murió rápidamente.

La reina Mercedes no pudo ser enterrada en el panteón real, pues este estaba reservado solo para las reinas que habían tenido descendencia, por lo que fue enterrada en una capilla del Monasterio del Escorial. No obstante, los restos de la reina que, había sido impulsora de la construcción de la Catedral de la Almudena de Madrid, obras que se iniciaron en 1883, y por expreso deseo, manifestado en su día, por Alfonso XII, fueron trasladados a la Almudena el 8 de noviembre del año 2000.

El Rey, se había ganado el apoyo popular con gestos como los de acudir al frente durante la “Tercera Guerra Carlista”, la promulgación de la Constitución de 1876, o cuando tras la epidemia de cólera que desde Valencia se fue extendiendo hacia el interior del país, acudió a visitar a los afectados a Aranjuez, en contra de la opinión del gobierno por el peligro que significaba. Cuenta la historia que “ante la negativa del gobierno, el rey partió sin previo aviso hacia la ciudad y ordenó que se abriera el Palacio Real para alojar a las tropas de la guarnición. Una vez allí, consoló a los enfermos y les repartió ayudas. Cuando el Gobierno conoció el viaje del soberano, envió al ministro de Gracia y Justicia, al capitán general y al gobernador civil para que le llevasen de vuelta a Madrid. Cuando llegó, el pueblo, enterado del gesto del rey, le recibió con vítores y, retirando a los caballos, condujo al carruaje hasta el Palacio Real.” Por lo que este matrimonio, la corta duración del mismo, la prematura muerte de la reina Mercedes a causa del tifus cinco meses después de la boda y dos días después de su 18 cumpleaños, propició un sentimiento de simpatía aún mayor para Alfonso XII.

Los/as menos jóvenes recordarán que esta parte de la historia fue llevada al cine con el título de “¿Dónde vas Alfonso XII?

Las crónicas de la época relataron la gran pena que tenía Alfonso XII, de cómo sus visitas al panteón en el que había sido enterrada Mercedes, se producían casi a diario. Pero esto parece ser la parte romántica de la historia, que se daba a conocer por la prensa y que el pueblo se encargaba de magnificar, pues la viudez y el desconsuelo le duró escaso tiempo. De manera que a los pocos meses se organizó su boda con María Cristina de Habsburgo-Lorena.

Pero no solo la boda alivió el dolor y la pena de Alfonso XII, sino que, más bien, fueron sus “correrías”. Al poco de enviudar comenzó una relación sentimental con Elena Armanda Nicolasa Sanz y Martínez de Arizala, una cantante de ópera conocida como Elena Sanz (imagen que acompaña al post, y que se conserva en el Ateneo de Córdoba) 13 años mayor que él, a la que se le considera una de las grandes voces de todos los tiempos. Hay coincidencia de historiadores en calificar a Elena Sanz como el gran amor de Alfonso XII, a la que había conocido cuando él tenía 15 años, enamorándose de ella. A pesar de no haberse visto en los siguientes años, el destino propició que, al poco tiempo de enviudar, el rey acudiese al estreno de una ópera en la que cantaba Elena. De ese encuentro, resulto que esta quedó convertida en su amante y retirada de su exitosa carrera como cantante lírica. Elena se instaló en una vivienda cercana al Palacio Real de Madrid, vivienda en la que mantenían sus encuentros amorosos.

Esta relación era del agrado de Isabel II, quien, según recoge algún cronista, llegaría a declarar a sus íntimos que Elena era “su nuera ante Dios”. La reina madre tan solo exigió al rey el mantener esta relación con total discreción, y planificándole el matrimonio con María Cristina de Habsburgo-Lorena, por la necesaria estabilidad de la monarquía.

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Mañana intentaremos dar fin a esta historia

Rafa Valera 26-12-2020

El manifiesto de Sandhurst. Antecedentes y consecuencias. (3)

Finalizábamos el post de ayer con los planes de Isabel II, reina madre, para conseguir el matrimonio del “apenado” Alfonso XII con María Cristina de Habsburgo-Lorena, y con ello dar la, para ella, necesaria estabilidad a la monarquía.

Mientras que Alfonso XII, desde poco tiempo después de enviudar, vivía un apasionado romance con Elena Sanz, ya citada antes y a la que Benito Pérez Galdós dedica unos párrafos, en su obra “Cánovas”, para describir su belleza:

<< Como testigo de la pintoresca escena, aseguró que la presencia de Elena Sanz en el Colegio Teresiano fue para ella un éxito infinitamente superior a cuantos había logrado en el teatro. Salió la diva de la sala de visitas para retirarse en el momento en que los escolares se solazaban en el patio, por ser la hora de recreo. Vestida con suprema elegancia, la belleza meridional de la insigne española produjo en la turbamulta de muchachos una impresión de estupor: quedáronse algunos admirándola en actitud de éxtasis; otros prorrumpieron en exclamaciones de asombro, de entusiasmo. La etiqueta no podía contenerles. ¿Qué mujer era aquella? ¿De dónde había salido tal divinidad? ¡Qué ojos de fuego, qué boca rebosante de gracias, qué tez, qué cuerpo, qué lozanas curvas, qué ademán señoril, qué voz melodiosa…!>>

Desde el gobierno, a través de su Presidente Antonio Cánovas, se insistía en la necesidad de una nueva boda real que permitiera el nacimiento de un varón para asegurar la continuidad de la monarquía. Se pretendía, por un lado, alejar el peligro de una nueva reivindicación de derechos dinásticos por parte del carlismo, y por otro no dar opción a que la falta de heredero de la corona, pudiese “animar” a los movimientos republicanos.

“Me casaré si me buscan ustedes novia”.

Esa fue la frase con la que Alfonso XII respondió a Cánovas.

Así que la conjunción de intereses, de “la reina madre” y del gobierno, propició que el 29 noviembre de 1879, Alfonso XII se casara, en segundas nupcias, con María Cristina, hija del archiduque Carlos Fernando de Austria y de Isabel, archiduquesa de Austria-Este-Módena. De este matrimonio nacerían las infantas María de las Mercedes, en 1880, María Teresa, en 1882, y Alfonso XIII, hijo póstumo. (del que hablaremos más adelante).

Además de estos tres hijos reconocidos, Alfonso XII que tan solo vivió seis años más desde su segunda boda -falleció en 1885 tras padecer una tuberculosis-, dejó otros dos hijos, los nacidos de su relación con Elena, que fueron declarados bastardos y a los que nunca se les reconoció como herederos del rey de España, a pesar de que el primogénito (nacido fuera del matrimonio) fue bautizado con el nombre de Alfonso, pero no se le permitió llevar el apellido paterno. Y, como veremos más adelante, algún historiador ha documentado otra relación de la que también hubo descendencia.

De la misma manera, se atribuye al rey Alfonso XII otra relación con la, también, cantante lírica Adelina Borghi, conocida por “La Biondina”, igualmente hermosa, pero ni elegante ni desprendida como Adela Lucía. De esta cantante italiana, se cuenta en las crónicas de la época que la reina María Cristina se dirigió con estas duras palabras al entonces Presidente del Gobierno, Antonio Cánovas:

“O echan Vdes. de este país a esa prostituta o yo regreso al mío”.

A lo largo de su reinado, Alfonso XII, sería objeto de dos atentados. El primero de ellos, perpetrado por el anarquista catalán Juan Oliva Moncasi, se produciría en octubre de 1878, y el segundo, llevado a cabo por el gallego – al parecer también anarquista- Francisco Otero González, en diciembre de 1879. En ambos casos, el rey resultaría ileso, los autores detenidos, juzgados y ejecutados mediante garrote vil.

Otro “atentado” que, al parecer, sufrió Alfonso XII fue debido a sus “correrías amorosas”. Según se recoge en la obra de Mesado, “Pepe Osorio” le habría proporcionado al rey una amante, esposa de un coronel.

Lo transcribo tal como se recoge en el libro:

<< En una ocasión, nos cuenta de nuevo don Joaquín Peris (se doctoró en Madrid entre 1874 y 1877), yendo de paseo D. Alfonso XII con el Duque de Sesto, el Rey se fijó en una mujer, por lo que el Duque hizo parar el carruaje, diciendo: «Siga su Majestad que voy a enterarme de quién es ésa». Y «ésa» resultó ser la esposa de un coronel. Cuando el Duque la conquistó para su Rey, mandaron el marido al ejército del norte a combatir la insurrección carlina. Pero, pese a la lejanía, cuanto éste llegó a su nuevo destino, alguien le chivó la causa de tan repentino traslado. Entonces, el coronel, sin esperar ni un minuto y sin permiso alguno abandonó el ejército y regresó a Madrid. Llegó a su casa y la criada, asustada, le aconsejó que no entrase; pero irrumpió en sus aposentos y al ver a D. Alfonso XII que estaba de espaldas le disparó un tiro, que erró por lo nervioso y lo violento que estaba; pero al ir a repetir el disparo, una bala, procedente de la pistola del Duque de Sesto, lo atravesó por la espalda.

Escribe don Joaquín que a la criada, para que no hablase, la tiraron por el balcón. Después entró la policía, cogió el cadáver del coronel y lo dejó tendido en una calle inmediata.

Se instruyó proceso. El Juez estaba con licencia por lo que por telégrafo se le llamó pues no se quería que interviniera el municipal. Cuando éste llegó el Duque de Sesto le dijo que hiciese la vista gorda, y del proceso no resultó nada y se sobreseyó. A los pocos días el Juez fue elevado a Magistrado. >>

A la muerte de Alfonso XII, en 1885, la reina María Cristina que ya había logrado alejar a Elena del rey, trasladándose esta y sus hijos a Paris, y que, paralelamente, había llevado de forma resignada su más que incómoda situación en la que habíase tragado el orgullo, siendo conocedora de las andanzas de su marido, cómo se había producido su boda, de cómo Alfonso XII la había aceptado solo por “obligación de Estado”, viendo como su esposo desatendía las obligaciones conyugales, de lo que gran parte de culpa atribuía a “Pepe Osorio” que, según cronistas de la época, era quien “conquistaba” a las amantes para el rey. De manera que la reina tomó su venganza tras la muerte del rey, y previo pago, por medio de Fermín Abella, Secretario general de la intendencia de la Real Casa y patrimonio, consiguió el compromiso contractual de Elena de renunciar a la reclamación del apellido Borbón para sus hijos, así como a cuanto privilegio pudiera corresponderles, a la vez que hacía “decaer” la figura de “Pepe Osorio”.

Se recoge en algunas publicaciones, que el acuerdo quedó plasmado en el “Acta de París”, firmada en 1886, por la cual Elena entregaba a un representante de la Casa Real 110 documentos, en su mayoría cartas, que acreditaban para sus hijos, la paternidad de Alfonso XII. A cambio de esa renuncia, se aseguraba una compensación económica de 500.000 francos, a un interés del 4 por ciento. Este dinero estaría depositado en el Contoir d’Escompte de París y estos no podrían disponer del dinero hasta su mayoría de edad. De la custodia del dinero se encargó Prudencio Ibáñez, banquero de la familia real.

Sin embargo, tras morir Elena Sanz en 1898, el banco que custodiaba los títulos quebró. Cuando los hermanos reclamaron su fortuna, no había nada. De lo que ocurrió con el dinero, solo el banquero y la reina lo sabían. Hay algunas fuentes que relatan un acuerdo propiciado por Nicolás Salmerón –otras citan a Melquiades Alvarez-, ante la amenaza de demanda ante los tribunales. Esto permitió a los hijos de Elena recuperar una pequeña parte del dinero que se les había prometido.

A pesar del “contrato”, y es de suponer, que debido al sentimiento de estafa que tenían los hijos de Elena Sanz, en abril del año 1905 se presentó una demanda en el juzgado del distrito de La Latina, de Madrid, por parte de Alfonso Sanz y Martínez de Arizala, con el fin de obtener el reconocimiento como hijo natural de Alfonso XII.

Alfonso Sanz y Martínez de Arizala participó en los Juegos Olímpicos de París de 1900, representando a Francia en la modalidad de ciclismo y logró la medalla de plata en la prueba de sprint masculino.

El Tribunal Supremo se tuvo que pronunciar entre 1907 y 1908, para dictaminar si Alfonso Sanz y su hermano, Fernando Sanz, eran hijos de Alfonso XII. El Tribunal Supremo desestimó la demanda, fundamentándola en que, para establecer una filiación paterna, era necesario el reconocimiento expreso por parte del padre. Opción inviable en este caso, toda vez que Alfonso XII había fallecido hacía más de veinte años, por tanto, imposible de hacerlo, así como que tampoco había dejado voluntad expresa de ese reconocimiento.

Se recoge en la obra de José M. Zavala “Bastardos y Borbones” que la reina María Cristina hubo de testificar y lo expone de la siguiente manera:

<< Por increíble que parezca, María Cristina aseguró ante el juez que ignoraba la existencia de los dos hijos habidos de la relación de su esposo con Elena Sanz.Pero luego incurrió en una flagrante contradicción, recordando que había advertido al intendente Fermín Abella que no entregase ni un solo duro a la favorita mientras ésta no renunciase por escrito a la reclamación de filiación.Los abogados de Alfonso Sanz interrogaron a la reina, que se negó a responder algunas de sus preguntas. Contestó, eso sí, a la octava que le formularon, admitiendo estar al corriente de todo lo más importante que sucedió:“Que lo único que sabe, por referencia de Abella, es que a los pocos días de ocurrir el fallecimiento de su marido, el abogado de la Sanz, D. Nicolás Salmerón, vio a Abella para decirle que aquélla tenía unas cartas que suponían eran del Rey D. Alfonso XII, y que estaba dispuesta a hacer uso de ellas dándolas a la publicidad, provocando un escándalo; y entonces Abella aceptó comprarlas conviniéndolo con Salmerón, y entregando como precio de ellas tres millones de reales, juntamente con cincuenta mil pesetas que dicho señor Salmerón había solicitado; habiendo la declarante aprobado lo hecho por Abella, cuando éste tuvo necesidad de darle cuenta de todo lo ocurrido para poder justificar la inversión de las ochocientas mil pesetas [la cantidad declarada por María Cristina concuerda exactamente con la que facilitábamos anteriormente, repartida así: doscientas cincuenta mil pesetas para Elena Sanz, otras quinientas mil pesetas para sus dos hijos distribuidas entre éstos por igual, y las cincuenta mil pesetas restantes, en pago por los atrasos de la pensión tras la muerte del rey], enterándose entonces también la declarante del convenio que se había hecho en París en mil ochocientos ochenta y seis, en el que no tuvo intervención la que habla, ni conoció hasta después de realizado; debiendo hacer constar que dicho convenio le pareció muy mal a la declarante y así se lo dijo a Abella, pues tratándose como se trataba únicamente de la venta de unas cartas de ignorada autenticidad no había más que recibirlas y entregar el precio.” >>

El Tribunal Supremo terminó zanjando el pleito con:

<<Los reyes no están sujetos a las normas del derecho civil, sino que todo lo relacionado con ellos tiene un carácter de derecho público. >>

El Código Civil vigente entonces, promulgado sobre la Ley de Bases de 1888, establecía, para estos casos de reclamaciones de hijos naturales la única salida era que el padre los reconociera expresamente. Y se prohibía la investigación de la paternidad, al igual que en el Código de Napoleón [Francia] del que se había copiado, con el fin de mantener la “paz familiar y social”.

¡Qué bien les hubiera venido disponer de la prueba de ADN!

Rafa Valera 27_12_2020

La imagen puede contener: 3 personas, texto que dice "Jose María Zavala BASTARDOS Y BORBONES Los hijos desconocidos de la dinastia"

Nota: Hubiera querido finalizar el “relato” con la entrega de hoy, pero sería excesivamente largo, sobre todo para quienes utilizan móviles, así que os volveré a “castigar” mañana con el final de la “historia”.

Rafa Valera 27_12_2020

El manifiesto de Sandhurst. Antecedentes y consecuencias. (4 y último)

Finalizábamos la tercera entrega, ayer, con el fallo emitido por el Tribunal Supremo sobre el reconocimiento de paternidad reclamado por los hijos de Elena Sanz y Alfonso XII. Hoy reiniciamos en relato con lo recogido en la obra de José M. Zabala “Bastardos y Borbones”, en la que se dice que Alfonso XII habría tenido, además, otra amante en la persona de Mercedes de Basáñez, esposa del primer secretario de la embajada de Uruguay en Madrid, a la que habría conocido por medio de la marquesa de Esquilache. Esta mujer, la marquesa, además de caritativa, era también anfitriona en su palacio, e incluso cómplice, de no pocas infidelidades conyugales, infidelidades a las que, parece ser, Alfonso XII no era ajeno.

Pero como se adelantaba en la segunda entrega, el historiador Norberto Mesado sostiene, en su libro “Adela Lucía. La última amante de un rey romántico”, que Alfonso XII mantuvo otra relación extramatrimonial con Adela Lucía Almerich, de la que nacería una hija.

Este historiador, Norberto Mesado, ha dedicado mucho tiempo a investigar y estudiar la vida de esta misteriosa mujer, considerada por unos una gran señora y por otros una fulana. En el citado libro expone las conclusiones de su investigación, basadas en la recopilación de numerosos documentos históricos y personales sobre Adela Lucía Eduarda de la Santísima Trinidad Almerich Cardet (1854-1920) que es como en realidad se llamaba esta mujer.

Al parecer, y según algunas versiones, Alfonso XII había conocido a Adela Lucía, “una mujer joven y bellísima”, que ejercía de guardabarreras en la estación hoy conocida como Burriana y Alqueries. El encuentro se debió al paso por dicha estación del séquito real, quedándose el rey prendado de la bellísima, Adela. A partir de entonces, esta se convirtió en su amante. Alfonso XII, además, mandó a su marido un rico hombre de Vila-real a la guerra de Cuba, donde murió.

Otros cronistas e historiadores, -y así lo recoge Mesado- por el contrario, mantienen que realmente el conocimiento de Adela por parte de Alfonso XII, se produjo cuando esta frecuentaba círculos influyentes gracias al estatus de su marido, Matías Cantavella.

Sobre cómo conoció el rey a Adela Lucía, recoge Mesano en su libro:

<< Tal versión, romántica en extremo, cuenta que una humilde y bella joven, de oficio ferroviario (que una mayoría creen nacida en Les Alqueries), estando en su paso a nivel (que varios sitúan en el “Camí d´Artana”, vial que desde Burriana se dirige a este pueblo, igualmente de la Plana Baixa aunque ya arropado por montañas, las de Espadán), vio pasar un tren con Su Majestad el Rey, momento en el que D. Alfonso XII ve a la guardabarrera Adela Lucía, quedando prendado de su hermosura tras pasar a ser su amante. Entonces el Rey le construye, cerca de allí, un chalet, colmándola de regalos. >>

Por lo que se expone en el citado libro, Alfonso XII habría muerto en los brazos de Adela, y esto parece ser corroborado en algunos documentos que dicen “que estando ya muy grave el rey, Cánovas le prohibió a María Cristina, su esposa, y a la reina Isabel II, su madre, entrar en la habitación”. Por lo que resulta inexplicable si no es porque el rey estaba acompañado por quien él más amaba», relata Mesado en su libro. (Imagen de su portada acompaña a este post).

La imagen puede contener: 2 personas, texto que dice "Adela Lucía. La última amante de un rey romántico. Entre la historia y la leyenda NORBERTO MESADO OLIVER * T GEOGRAFIA HISTORIA Col-lecció UNIVERSITARIA"

Además, expone que Adela Lucía era una mujer guapa, alta, de piel blanca y oscura cabellera, que estaba casada, pero que enamoró a Alfonso XII. Por lo cual. el rey mandó al marido a la guerra de Cuba, donde murió.  El rey “Hizo construir junto a la vía férrea un chalet, con su puerta principal frente a los raíles, para visitarla sin ser observado por el vecindario. El vagón real era visto hasta el amanecer en una vía muerta hasta que, al despertar del alba, tomaba el camino de regreso a la corte sin que nadie pudiese verle por la escasa luz de la alborada. Pero todos lo adivinaban”. Pero esto no hubiese pasado de ser una “aventura” más a las que las monarquías, sobre todo la española, suelen ser adictas, si no fuese debido a lo que se relata a continuación.

En el momento de la muerte de Alfonso XII, la reina María Cristina se encontraba embarazada, y oficialmente dio a luz un varón, que sería Alfonso XIII. Se sostiene en la obra que, a la muerte de Alfonso XII, tanto María Cristina como Adela Lucía, se encontraban embarazadas y que en realidad María Cristina habría dado a luz una niña, y que fue Adela Lucía quien alumbró a un varón. Por lo que ante el peligro que esto suponía para la continuidad de la monarquía, pues la reina María Cristina tenía dos hijas, y al no haber descendencia masculina, se aventuraba el peligro de nuevas reivindicaciones carlistas, e incluso las de los movimientos republicanos, Cánovas habría propuesto a Sagasta que, a cambio de guardar el secreto de ese cambio de bebés, se facilitaría el acceso al gobierno de ambos partidos de forma alterna. Por ello, y alegando razones de estado, el hijo de Adela Lucía fue intercambiado por la hija que había tenido María Cristina.

Literalmente dice en el citado libro:

<< Como iremos viendo en la tradición oral de varios de los entrevistados, la Reina María Cristina tuvo una hija póstuma (una tercera infanta), mientras que Adela Almerich tuvo, por similar fecha, un hijo, por lo que Cánovas del Castillo, según esta tradición, pudo haber pactado con Sagasta el cambio de los recién nacidos.

Adelita, pues, sería hija de María Cristina, la segunda esposa de Alfonso XII, mientras que Alfonso XIII lo sería de Adela Almerich. Después lo intentaremos justificar con el enigmático “Pacto del Pardo”. >>

Para más adelante exponer:

<< Sospechamos, por lógica, que el secreto de “El Pacto del Pardo”, primordialmente, debió de versar sobre el delicadísimo momento político por el que atravesaba España, puesto que, de momento, Alfonso XII solamente había tenido de su segunda esposa dos hijas, las infantas Mª Mercedes y Mª Teresa, por cuanto había que consolidar el hecho sucesorio, varonil, caso de que doña María Cristina de Habsburgo pudiera tener, de nuevo, otra hembra, ya que estaba en el quinto mes de una nueva gestación según declara el Dr. Hans Riedel, médico particular de S.M., el 9 de enero de 1886, cosa que no haría la Facultad de Medicina de la Real Cámara. Solamente un varón póstumo liberaría a España de un nuevo derramamiento de odios entre liberales, carlistas, republicanos, anarquistas y monárquicos borbónicos, caso de que pudiera ceñir la corona una mujer. Hasta el tan esperado alumbramiento, recaería en María Cristina la Regencia. Y la Regente debería tener, por encima de todo y de todos, ¡poderosa Razón de Estado más que nunca!, un varón, puesto que “seguro e imposible nada hay para la Historia” como escribiera Romanones. >>

Al “Pacto de El Pardo”, que según varias fuentes debió celebrarse el día antes de la muerte de Alfonso XII, se le achaca el acuerdo sobre el llamado “turnismo”, pero esto sería negado, en debates parlamentarios, por el propio Cánovas.

Con respecto a esto, el historiador J. L. Comellas, escribe:

<< Mucho se ha hablado del llamado “Pacto de El Pardo”, y sobre él se han deslizado toda suerte de imprecisiones. De aquel acuerdo se ha hecho casi todas las afirmaciones posibles (…) Que hubo entrevista, lo reconocieron los dos interlocutores meses más tarde. Pero no existió ningún pacto de partidos expreso, ni mucho menos se decidió entonces el turno de partidos, que ya llevaba operando varios años (…) A lo sumo se intercambiaron opiniones sobre la forma de resolver el problema sucesorio. De acuerdo con las fuentes más cercanas a los personajes y a los hechos, no hubo nada más (…) El sentido del cambio lo dejó muy claro Cánovas en la sesión parlamentaria del 3 de junio siguiente: “… pues que yo me adelantaba a proponer la concordia y pedir la tregua, no había otra manera de hacer creer en mi sinceridad sino de apartarme yo mismo del poder” (…) Tal es el único sentido que cabe inferir con seguridad de un acuerdo de transferencia de poder, que no fue pacto ni tuvo lugar en El Pardo”. >>

Por eso, para Romanones: “no existió pacto alguno, sino la voluntad de dos hombres puesto el pensamiento en los más altos intereses de la patria”… ¿Estuvieron tales intereses centrados en que, por encima de todo, D. Alfonso XII tuviere un varón póstumo?”

Romanones mantenía, también, que el lugar de ese pacto no sería “El Pardo”, sino “El Real Sitio de la Moncloa” (hoy sede de la Presidencia del Gobierno),

El reinado de Alfonso XIII, merece una especial dedicación por los historiadores. Las injerencias políticas, la “convivencia” con la corrupción y las “correrías” amorosas, tan apegada a la dinastía borbónica, marcaron un reinado que, tras una traición a su juramento constitucional, su apoyo a un golpe de estado y un periodo de dictadura, traería la Segunda República Española. Pero eso será otro tema.  

Hasta aquí el relato de una parte importante de nuestra historia, contada sobre la base de la lectura de diferentes libros, artículos y ensayos publicados a lo largo de los años, principalmente los que se citan en la bibliografía, intentando extraer de los mismos aquellos aspectos que suelen pasarnos desapercibidos y que “la historia oficial” no cuenta.

Se ha intentado dar a estos artículos una “visión general” de la España de las últimas décadas del siglo XIX, sabiendo de antemano la imposibilidad de condensar en 20 páginas lo acontecido en esa época. Por ello, recomendaría la lectura de las obras que se citan en la bibliografía, además de la serie completa de Galdós “Los Episodios Nacionales” pues, seguramente estos, son el mejor reflejo histórico de nuestro siglo XIX.

A partir de la lectura, de estas cuatro publicaciones, que cada cual extraiga las conclusiones que considere más adecuada e incluso pueda contrastarlo con publicaciones que no se hayan contemplado en estos artículos.

En mi caso, algunas de las conclusiones, han venido a reafirmar las que ya tenía. Por un lado, que las monarquías en general y sobre todo la española, no son precisamente un ejemplo edificante para un país, y que muy poco han venido a suponer en beneficio de la mayoría social. Por otro que, en torno a la monarquía siempre se ha movido toda una cohorte de personajes e intereses. Desde la “compra-venta” de títulos nobiliarios, al tráfico de influencias, los “apaños mercantiles” y negocios oscuros que, en la mayoría de las ocasiones, han servido para esquilmar al Estado. Entendiendo “Estado” como el conjunto de recursos que provienen de la aportación del trabajo e impuestos de todos los españoles.

Y finalmente, la anomalía que supone para el pensamiento racional, que la Jefatura del Estado sea algo hereditario. ¿Se puede mantener hoy ese derecho dinástico, que proviene de las guerras, del sometimiento, durante siglos y bajo la fuerza, de los ciudadanos, antes llamados súbditos?

En mi opinión no. Porque independientemente de la “bondad y buen hacer” de un Jefe de Estado, sea este un rey o presidente de república, está el anacronismo de la institución. Ya sé que en esta forma de pensar puede tener mucho que ver el “ejemplo” de la monarquía española durante los dos últimos siglos, en los que hemos “soportado” a un rey absolutista y felón (Fernando VII), una reina ninfómana (Isabel II, “la de Los tristes destinos”) que dio a luz 12 hijos sin que ninguno fuese de su marido. Un rey (Alfonso XII, hijo de la anterior) cuyo padre se dice que fue el capitán Enrique Puigmoltó, un militar valenciano hijo del conde de Torrefiel, y que su corta vida, 28 años, está plagada de amantes, correrías amorosas y algún turbio asunto. Su descendiente, aunque ya se han expresado las dudas sobre la maternidad. Su heredero, (Alfonso XIII) que recibió el apodo de “El africano”, del que ya hemos expuesto los rasgos más señalados de su reinado, que terminaría siendo juzgado y condenado en 1934 y que se sumó, de manera entusiasta, al golpe de estado fascista que provocó la Guerra Civil y que se auto denominó «falangista de primera hora».

Y nos quedan los dos reyes de la “segunda restauración”. Sobre ellos, la opinión se puede conformar, si es que nos falla la memoria, con el repaso de las hemerotecas de los últimos años.

Siendo consciente de la inoportunidad de un debate sobre este asunto en los momentos que vivimos, de las escasas posibilidades actuales para cambiar la estructura del estado, de la existencia de repúblicas que no son ejemplos a seguir y de que cualquier sistema político requiere, principalmente, de ciudadanos/as con principios, valores y compromiso social, no es menos cierto que albergo la esperanza de poder manifestar, algún día, mi opinión sobre ello ante las urnas.

Finalmente, y si se me permite, un consejo, leamos la historia contadas desde diferentes fuentes, intentemos colocar las “piezas” como si de un puzle se tratase y una vez colocadas todas veamos si la imagen que nos ofrece es realmente algo coherente o, por el contario, hay piezas colocadas en el lugar que no les corresponde y la imagen resultante no es más que algo incongruente y con escasas posibilidades de ser tenida como cierta.

Doy las gracias a quienes hayáis tenido el interés, y la paciencia, de leer las cuatro publicaciones, esperando que hayan servido para conocer “la otra historia” que no suele contarse en los libros de “texto”.

Salud y República amigos/as.

Rafa Valera 28-12-2020

Bibliografía utilizada:

José M. Zabala: “Elena y el rey” y “Borbones y bastardos”

Norberto Mesado: “Adela Lucía. La última amante de un rey romántico”

Modesto Lafuente-Juan Valera: “Historia General de España”

Benito Pérez Galdós: “Los episodios nacionales” (varias obras)

Diferentes informaciones extraídas de hemerotecas y algunos ensayos.

La operación “Ogro”, el quinto magnicidio.

En la mañana del 20 de diciembre de 1973, -mañana se cumplen 47 años- poco antes de las nueve, se llevaba a cabo en Madrid, el atentado que acabaría con la vida del Almirante Luis carrero Blanco, a la sazón, Presidente del Gobierno.

Carrero Blanco había sido elegido por Franco para presidir el gobierno el día 9 de junio de ese mismo año. Era la primera vez que el dictador nombraba un “presidente”, pues ese puesto lo había desempeñado él paralelamente a la jefatura del estado. Sin duda la edad del dictador y su salud, cada día más precaria, llevaron a Franco a elegir a una persona que diera continuidad al franquismo una vez desaparecido Franco. Carrero Blanco era hombre de la máxima confianza de Franco, aunque se habían conocido en los años veinte en el “Desembarco de Alhucemas”, con Franco mandando la legión y Carrero como segundo comandante de uno de los “guardacostas” que apoyaban el desembarco, no sería hasta 1941 cuando Carrero entraría en el “estrecho núcleo” de colaboradores del dictador.

Hombre, según varios historiadores, “intelectualmente mediocre”, obsesionado con el marxismo, el judaísmo y la masonería, así como una particular concepción del destino histórico de España. Paralelamente a esa mediocridad intelectual, poseedor de un catolicismo “ultra” y «apologeta» de la hispanidad.

Algunas fuentes históricas mantienen que la designación en 1969 del Príncipe Juan Carlos como sucesor en la Jefatura del Estado fue a instancia del propio Carrero. Los expertos en historia dirán si eso se corresponde, o no, con la verdad.

Lo cierto es que, en la mañana del 20 de diciembre, Carrero Blanco, salía de su casa en la calle de los Hermanos Bécquer, a cien metros de la embajada de los Estados Unidos, para oír misa en la iglesia de San Francisco de Borja, adosada a la casa profesa que había levantado la Compañía de Jesús en un gran solar entre las calles de Serrano, Maldonado y Claudio Coello. Esto era algo que repetía casi a diario. Y aquel día, las cargas explosivas colocadas por un comando de ETA en el subsuelo de la calle, hizo explosión y el coche del presidente terminó sobre la terraza del tercer piso de la citada casa de los jesuitas.

La imagen puede contener: una o varias personas, personas de pie y exterior

Mucho se ha escrito en este casi medio siglo, sobre la llamada “Operación Ogro”, e incluso se llevó a las pantallas una película con este mismo nombre. Por tanto, no voy yo a insistir sobre ello, pues ni mi capacidad ni mi “pluma” podrían acercarse a los magníficos trabajos publicados al respecto, pero si me gustaría recordar que este magnicidio no era el primero que se producía en España. Antes se habían llevado a cabo cuatro más, Prim, Cánovas, Canalejas y Dato, habían sido objeto de atentados y en ellos, o como consecuencia de ellos, perdieron la vida.

Sin olvidar que el propio rey Alfonso XIII había sufrido un atentado “fallido”- pero para con él- el día de si boda con la princesa británica Victoria Eugenia de Battenberg.

El atentado con bomba, simulada en un hermoso ramo de flores, llevado a cabo por Mateo Morral, provocó casi treinta muertos.

En el caso de Juan Prim, su carruaje, que lo trasladaba desde el Congreso a su residencia, fue asaltado en la calle del Turco –hoy Marqués de Cubas- por un grupo de personas que, ocultas en dos coches, provocaron un tiroteo, en el cual los autores del asesinato rompieron los cristales del carruaje y dispararon a “quemarropa”. Tres días después, el 30 de diciembre de 1970, Prim moría como consecuencia de las heridas sufridas.

El asesinato de Cánovas del Castillo tuvo lugar el 8 de agosto de 1897 en el balneario de santa Águeda (Guipúzcoa) donde el presidente del gobierno español pasaba unos días de descanso. Lo llevó a cabo el anarquista italiano Michele Angiolillo, quien fue inmediatamente detenido, juzgado y ejecutado. Durante el consejo de guerra Angiolillo justificó el asesinato como una venganza por las torturas llevadas a cabo en el llamado “proceso de Montjuic”.

José Canalejas caería asesinado, el 12 de noviembre de 1912, de la mano de Manuel Pardiñas, un anarquista, que le propinó tres disparos mientras Canalejas observaba unos libros en el escaparate de la librería “San Martín”, ubicada, entonces, en la esquina de la calle Carretas y la Puerta del Sol madrileña.

El asesinato de Eduardo Dato tuvo lugar en la plaza de la Independencia de Madrid el 8 de marzo de 1921, con el resultado de la muerte del entonces presidente del Consejo de Ministros. Su coche oficial le llevaba de regreso del Senado, en el que había intervenido, a su domicilio, cuando fue tiroteado por varios pistoleros anarquistas que iban en una moto-sidecar que le esperaba en marcha en la plaza de Cibeles.

Tanto a Prim como a Cánovas, le dedicaría, el gran escritor canario, Benito Pérez Galdós dos de sus “Episodios Nacionales”.

Sería pues, Carrero, el quinto de los magnicidios perpetrados en España en algo más de un siglo (103 años).

Si cada uno de estos asesinatos tuvieron su incidencia en la vida de España, este último, llevado a cabo por un comando de ETA, supuso un “mazazo” para un régimen, el franquista, que vivía, por un lado, el declive “biológico” del dictador y, por otro, el crecimiento de una oposición interna cada vez con más respaldo social.

La frase con la que Franco recibió a Torcuato Fernández Miranda en su visita al Palacio de El Pardo al mediodía del 20 de diciembre, horas después del atentado y muerte de Carrero: «Miranda, se nos mueve la tierra bajo los pies», parece indicar algo más que una metáfora.

El historiador Antonio Elorza realiza un retrato del significado que Carrero suponía para el régimen.

<< Lo propio de Carrero es la contrarrevolución, el anticomunismo a ultranza, la satanización de la masonería, de acuerdo con una visión conspirativa de la historia en que las fuerzas infernales tratan de imponerse hasta la aparición de una cruzada salvadora como la encabezada por Franco: «El diablo inspiró al hombre las torres de Babel del liberalismo y del socialismo, con sus secuelas marxismo y comunismo», y la masonería a modo de instrumento para su penetración. «Éste es precisamente el problema español», insiste. «España quiere implantar el bien, y las fuerzas del mal, desatadas por el mundo, tratan de impedírselo. >>

Estos pensamientos de Carrero, están recogidos en dos libros que, bajo el seudónimo de “Juan de la Cosa”, fueron publicados en 1950 (España ante el mundo) y 1956 (Las modernas torres de babel). También publicó Carrero artículos en la prensa, fundamentalmente en el diario Arriba. Artículos que firmaba como Ginés de Buitrago, siendo algunos de estos emitidos en diversos programas de Radio Nacional de España ocultando la identidad del autor con los seudónimos de “Nauticus”, “Orión” y “Juan de la Cosa”, pretendiendo con ellos un adoctrinamiento político de la población. También se le atribuye ser el “ideólogo” de la serie televisiva “Crónicas de un pueblo”, con el propósito de divulgar en sus capítulos el Fuero de los Españoles y los principios definitorios del régimen. Curiosamente, Carrero nunca se refería al alzamiento de 1936 como guerra civil, sino como “Guerra de la Liberación”, pues para él España estaba invadida por “extranjeros”, era un “cadáver” que al igual que Lázaro fue resucitado gracias a la “providencia”.

Pero si existe algún “hilo común” entre todos los atentados, es la proliferación de las “teorías conspirativas” sobre las razones, autores materiales e inductores intelectuales. Algunos libros se han publicado sobre ello y si atendemos a los “historiadores franquistas” –o franquistas historiadores- la masonería tendría mucho que ver en ellos.

Con respecto a este último, el de Carrero, esas teorías implicarían también a los servicios secretos norteamericanos, la CIA. Los autores del atentado, los miembros del comando de ETA, así como quienes intervinieron en las labores de seguimiento e información sobre Carrero, lo han explicado y negado en repetidas ocasiones, pero la especulación estaría basada en la gran precisión del atentado y en, a la vez, la negativa a reconocer la capacidad de la que disponía ETA para organizarlo.

A la implicación de la CIA, también se le añade una supuesta “respuesta de EE.UU. a la idea del franquismo de desarrollar la bomba atómica”, a lo que el gobierno norteamericano se oponía.

Como vemos, no es nada nuevo, en el imaginario de las derechas recalcitrantes, eso de las “conspiraciones” y la implicación en ellas del “comunismo-judeo-masónico”, al que ahora le añaden más adjetivos.

La realidad es que, muy posiblemente, el final del franquismo, como régimen, se inició con este atentado, aunque el franquismo sociológico perdure en el tiempo enraizado en las derechas españolas.

Rafa Valera 19_12_2020

Los reyes y los elefantes.

En mi repaso diario a los medios de comunicación escritos, esos a los que antes llamábamos “periódicos”, me he encontrado con un titular que me ha llamado la atención:

<< Las finanzas de Juan Carlos I, otro elefante en la habitación del Congreso >>

Independientemente de si el titular se corresponde con el contenido y de si la metáfora del “elefante” está pensada en los destrozos que el paquidermo origina al entrar en una “cacharrería”, o referida al famoso episodio de Botsuana que significó el principio del fin del reinado del “Emérito”, a mí me ha hecho pensar en la “incidencia” de este enorme animal (me refiero al elefante, claro está) en la historia. Su utilización como “arma de guerra” y su domesticación para disfrute humano.

De sobra es conocido que Aníbal, general cartaginés, los utilizó para atravesar los Alpes y vencer a las legiones romanas, pero quizás no lo sea tanto que antes los había utilizado en la “batalla del Tajo”. Esta batalla se había llevado a cabo en un paraje de este río conocido como “Valdeguerra”, cercano a la localidad de Colmenar de Oreja, pueblo perteneciente a la Comunidad de Madrid.

Y si bien Aníbal y su “tropa”, en primera instancia, fue capaz de aterrorizar a las legiones romanas, estas, (listo que eran los romanos) encontraron de manera rápida una forma de contrarrestar el efecto devastador que provocaban los paquidermos y en la siguiente batalla, la de Zama, la carga de los elefantes se demostró ineficaz, toda vez que los “manípulos” (una suerte de cuerpo especial de las legiones romanas que venía a ser como lo que hoy se conoce como “Infantería”) se hicieron a un lado y les permitieron pasar, evitando así el aplastamiento.

No era la primera vez que este enorme y “simpático” animal era utilizado para actos bélicos, pues tanto chinos, como Indos y persas ya lo habían hecho unos cientos de años antes, e incluso el gran Alejandro Magno tendría el “honor” de ser el primer contacto europeo con esta “arma de destrucción masiva”, sobre todo para quienes se llevaba por delante.

Claro, que la historia también recoge algunos episodios trágicos para estos animales, pues según explicaba Plinio el Viejo, el elefante se asusta de manera extrema ante el chillido de un cerdo, así que, en una de las “clásicas” guerras entre atenienses y espartanos, fue sitiada la ciudad de Megara, en aquellos momentos aliada de Esparta y hoy ciudad de Grecia. Los megarenses, ante la situación que se les presentaba, se acordaron de Plinio y vertieron aceite sobre una piara de cerdos, les prendieron fuego y los lanzaron contra los elefantes de guerra enemigos. Podríamos decir que “allí se armó la de Troya”, pues los elefantes se desbocaron, aterrorizados por los chillidos de los cerdos llameantes. Como vemos, salvajes hubo en todas las épocas.

También durante la Edad Media, aunque ya en menor medida, se llegó a utilizar al elefante como arma de guerra y hasta hace un siglo, durante la I Guerra Mundial, se utilizó como fuerza para el transporte de equipamientos pesado.

Pero no quisiera desviarme del acontecimiento que se me vino a la memoria cuando leí la noticia antes citada, pues si bien, a mi juicio de manera errónea, hay quienes sitúan el “nacimiento de España” en los Reyes Católicos, cosa esta, más que discutible, pero que no es momento de refutar, si es verdad que Fernando II de Aragón, ya casado con Isabel de Castilla y formando el “dúo católico”, decidieron, allá por 1480, que ya era hora de acabar con el último enclave árabe en España, el Reino de Granada, y para ello, y sobre todo para ver cómo se pagaba la “fiesta”, convocó en Toledo, en pleno mes de enero de 1480, (con el frío que hace en Toledo) a las Cortes (que no era otra cosa que una reunión de los “caciques” de cada lugar para decidir qué aportaba cada uno al coste que suponía la aventura de acabar con el “Reino de Granada”, que, para más inri, Granada era reino vasallo de Castilla y pagaba tributos por ello).

Pues como decía, Fernando el Católico disponía de un elefante, regalo del embajador de Chipre, (a ver si creemos que eso de los regalos a los reyes es un invento del “Emérito», pues no, que viene de lejos) y con el gran paquidermo, se presentó en la ciudad, avanzando por las calles de Toledo. Tal vez sin ser consciente del papel que los elefantes jugarían, siglos más tarde, en el devenir de la monarquía.

Bueno, pues hasta aquí la “anécdota”. Como vemos, un rey montó un elefante y otro se dedicaba a matarlos, pero con un elemento en común, el regalo, que parece que estos «ejemplares» monárquicos son de vivir bien, pero de gastar poco. Bueno, poco de bolsillo propio, que del bolsillo ajeno…

Y volviendo a la noticia, parece ser que hay un elefante en una de las habitaciones del Congreso, esperemos que no sea el “elefante blanco”, tan invocado en una aciaga tarde de febrero de 1981.

Rafa Valera 07_12_2020

Rafa Valera