Largo Caballero. ¡Yunque, sonad!¡Enmudeced, Campanas!

Mañana, 23 de marzo, se cumple el setenta y dos aniversario de la muerte de uno de los hombres, de uno de los socialistas, más importantes de nuestra historia. Ese 23 de marzo de 1946, fallecía en París Francisco Largo Caballero. Socialista, sindicalista, histórico dirigente del PSOE y de la UGT (de la que fue Secretario General durante 20 años), ministro y Presidente del Gobierno  republicano entre septiembre de 1936, y mayo de 1937.

La semblanza biográfica de una persona como Largo Caballero es difícilmente condensable, he intentado hacerlo para que no sea extremadamente larga, y con ello cansada su lectura, espero que, tras ello resulte interesante la misma.

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Había nacido Largo Caballero el 15 de octubre de 1869, en la Plaza Vieja del madrileño barrio de Chamberí, nombre que se le había dado al antiguo agrupamiento de Los Tejares.  Chamberí fue el barrio de mayor crecimiento demográfico en los decenios finales del siglo XIX y constituía el núcleo del Ensanche Norte, mientras que el barrio de Salamanca había constituido el Ensanche Este y la Arganzuela, el Sur.

En el Chamberí de esos años, se daba el «tradicional asentamiento de artesanos, pequeños comerciantes, trabajadores de la construcción, jornaleros y algún que otro trabajador de fábrica».

Su infancia se vio condicionada por el desentendimiento que su padre hizo del hogar familiar, por lo que su madre, tras obtener el divorcio (recién aprobado en España por la Constitución de 1869) se enfrentó a la necesidad de cuidar a Francisco mientras buscaba el sustento familiar como sirvienta; quedando Francisco, en muchas ocasiones, bajo el amparo familiar de su tío, hermano de su madre y del mismo nombre que él.

Con pocos años, se traslada a Granada, donde su madre había aceptado el trabajo de empleada en un hotel de la ciudad. Es en esta ciudad, probablemente a la edad de cinco años, cuando Francisco es ingresado en el colegio de Los Escolapios. << El propio Largo Caballero, recuerda en sus memorias, que era una escuela fría y sombría» en la que los escolares —los gratuitos, se entiende— comían tras recibir el alimento en un plato que habían de sostener primero en la mano mientras hacían cola.>> También recoge en sus memorias Largo Caballero: «No puedo decir el tiempo que estuvimos en Granada, pero cuando regresamos a Madrid yo hablaba en andaluz, cosa que hacía mucha gracia a los madrileños.»

De nuevo en Madrid, la vida familiar siguió un ritmo semejante: el trabajo materno en el servicio doméstico y la residencia por el momento, en casa de la familia de Antonia en la plaza de Chamberí.  «Desde mi regreso de Granada, asistía a las Escuelas Pías de San Antón, situadas en la calle de Hortaleza», recuerda Francisco.

Años después, Largo Caballero diría que, «muy lejos ya del período escolar, aprendió «en folletos, libros, periódicos, etc., especialmente en El Socialista, el problema de la lucha de clases.»

Cercana a la casa donde vivía con sus tíos, existía una fábrica de cajas de cartón; allí comenzó a trabajar ganando un real —veinticinco céntimos de peseta— todos los días que trabajaba. «Mi obligación consistía en dar engrudo al papel para forrar las cajas, y llevarlas a los comercios de Madrid, esto es, a los clientes.» «Este trabajo no era muy agradable porque se me cubrían las manos de sabañones ulcerados. Servir las cajas a la clientela me resultaba penoso, pues tenía que hacerlo lloviese o nevase, con frío o con calor, calzando alpargatas, casi siempre rotas, aunque mi tío era zapatero. Se podía decir en mi caso el refrán: «En casa del herrero, cuchillo de palo».

Dejó Francisco, este empleo y encontró otro de aprendiz de encuadernador en un taller situado en la calle de la Aduana, donde no entraba más luz ni ventilación que la que permitía la puerta de entrada. Este oficio le gustaba, pues ¡manejar libros de ciencias! era toda una ilusión, pero la realidad era muy otra, solo se dedicaba a plegar papel, calentar los hierros para grabar las letras en las tapas de los libros y acompañar a la hija del maestro al mercado. Por esta labor recibía un jornal de dos reales (cincuenta céntimos) a la semana y todavía tenía que estar agradecido, pues en aquellos tiempos se consideraba como un favor que le enseñaran a uno el oficio. Estamos hablando de un niño de algo más de siete años, impensable hoy día, pero algo generalizado en aquella época.

Recoge Largo Caballero en el libro «Mis Recuerdos»: Un domingo, después de «recoger», esto es, dejarlo todo en orden para reanudar el trabajo el lunes, recibí el salario y me pareció que la moneda de dos reales tenía más cobre que plata. Hice la reclamación y una lluvia de improperios cayó sobre mí. ¡Cómo!, exclamó el patrón, ¿soy yo un monedero falso? ¿Un canalla o un granuja? ¡Eso lo serás tú, mocoso! Cansado de oír despropósitos y sandeces arrojé la moneda por la rejilla de la cueva y me marché para no volver.

Entraría luego a trabajar en un taller de fabricar cuerdas, donde el trato era denigrante y los insultos e improperios la norma de «comunicación» entre los encargados y los aprendices. Otro trabajo que dejaría.

Con nueve años, y después de mucho deambular por talleres de carpintería, marmolistas, cerrajerías…viendo a ver si necesitaban un aprendiz, el azar le conduce hacía un taller de zapatería, donde tras encontrar una nueva negativa, se entretiene un rato en charla con el anciano del mismo, la llegada del sobrino de este y tras conocer el deseo de Francisco, le ofrece la posibilidad de un nuevo trabajo: «¿quieres ser estuquista?  La respuesta fue inmediata, sí.

«Jamás había oído esa palabra», reconocería mucho tiempo después Largo Caballero, pero ¡La necesidad acompañada de la inconsciencia, impulsa a la osadía! pues tanto el trabajo, no apropiado para un niño por el esfuerzo físico que se ha de hacer, como el generalizado maltrato que se infringía a los aprendices, le hacía hartamente penoso. Cambia de cuadrilla, se esfuerza y termina aprendiendo el oficio. De tal manera que a los diecisiete años ya es «oficial con dos peones».

Ingresa, Largo Caballero, en la Sociedad de Albañiles “El Trabajo” de UGT en 1890, y relata de esta forma cómo se produjo su contacto con la UGT y la primera vez que escuchó a Pablo Iglesias en una intervención pública del 1º de mayo.

«Fue trabajando en la carretera de Tetuán de las Victorias a Fuencarral donde oí por primera vez hablar de la Fiesta del Trabajo, del Primero de Mayo y de su significación. Era el año de 1890 y se había celebrado en Madrid un mitin y una manifestación. En el primero hablaron Pablo Iglesias y otros, y el objeto de los discursos fue exponer el programa de reivindicaciones obreras acordado en el Congreso Internacional celebrado en París el año anterior y, muy particularmente, de la jornada de trabajo de ocho horas. Los oradores habían recomendado la unión de todos los obreros en sociedades de resistencia, con objeto de presionar a los gobiernos y obtener de los poderes públicos una ley implantando dicha jornada. Todo eso lo escuchamos a los trabajadores de Fuencarral cuando regresaban de asistir a los actos citados. Nosotros habíamos trabajado. La Diputación no permitió hacer fiesta ese día, que además era de pago de la última decena del mes de abril y el pagador no volvía hasta el siguiente 10 u 11; por consiguiente, los que faltasen a la lista, no cobraban y no podían pagar sus deudas a los suministradores de artículos de consumo. El día 2, después de liquidar mis cuentas, con los acreedores, regresé a mi casa con la obsesión de cumplir lo recomendado por los oradores del 1.° de mayo: asociarme. Lo que oí se me grabó con tal fuerza en mi espíritu, que consideré un deber inaplazable su realización. Teniendo en cuenta la inexistencia de una sociedad de mi oficio solicité el ingreso en la de Albañiles «El Trabajo» domiciliada en la calle de Jardines, 32, donde la Sociedad «El Arte de Imprimir» tenía alquilado un piso y cedía local a otras entidades como «Carpinteros de Taller», «Obreros en Hierro», «Marmolistas», etc. Desde ese día quedé afiliado a la Unión General de Trabajadores de España, a la cual pertenecía «El Trabajo»; desde ese momento estaba unido a millares de obreros españoles; desde ese instante consideré que había contraído deberes y obligaciones incompatibles con la indiferencia sobre cuestiones sociales. Había firmado voluntariamente el compromiso de defender y trabajar por unas ideas: por la emancipación de mi clase, la trabajadora, y me dispuse a cumplirlo. En la sociedad de albañiles «El Trabajo» había cuatro o cinco estuquistas asociados; inmediatamente nos reunimos, cambiamos impresiones y empezamos la propaganda. A los pocos días se habían inscrito cerca de la mitad de los obreros del oficio. La asamblea de constitución de la Sociedad de Estuquistas se celebró en el local cedido por las Escuelas Pías de San Antón, en un aula donde yo comencé a deletrear el Catón. Pablo Iglesias pronunció un discurso exponiendo las ventajas de la organización obrera. Era la primera vez que oía al fundador del Partido Socialista y de la Unión General de Trabajadores. Excuso decir con el interés y atención que escuché la palabra sencilla, pero de una lógica y una dialéctica irresistibles del apóstol de las ideas marxistas en nuestro país. Sus palabras produjeron en mi inteligencia el mismo efecto que la luz en las tinieblas. Me parecía increíble que los trabajadores consintiéramos en seguir siendo víctimas de la explotación capitalista, cuando nuestra unión podía dar al traste con esa ignominia; después comprendí lo difícil que es esa unión donde el capitalismo directa o indirectamente usufructúa el poder político y económico, y el obrero, sea intelectual o manual, se ve obligado a vender su fuerza de trabajo por lo que le quieran dar.»

En 1894, ingresa en la Agrupación Socialista Madrileña, organización en la que desempeña, al igual que en la UGT, diferentes cargos de representación, participando en los diferentes congresos de ambas organizaciones socialistas. En 1918, es elegido Secretario general de La Unión General de Trabajadores.

La entrada en las organizaciones socialistas, inciden de manera profunda en la personalidad de Largo Caballero. Así lo manifiesta en sus memorias: «Se produjo un cambio radical en mi vida. Abandoné toda diversión y distracción que no tuviera un objetivo cultural o instructivo.
Entregué todas las energías físicas e intelectuales de que podía disponer a la defensa y propaganda del ideal voluntariamente abrazado»

Recoge también en sus memorias: «He trabajado de estuquista treinta y dos años; muchos de ellos, simultaneando con el desempeño gratuito de cargos de responsabilidad en la organización obrera y en el Partido Socialista. Cuando comenzaba a emanciparme de trabajar por cuenta ajena, fui elegido concejal del Ayuntamiento de Madrid, por el distrito de Chamberí, en unión de Pablo Iglesias y de Rafael García Ormaechea, y como tenía que dedicar todo el tiempo a la concejalía, me fue imposible continuar trabajando en el oficio, recibiendo como compensación, de la Agrupación Socialista Madrileña, un subsidio de cincuenta pesetas semanales.» 

Como concejal en el ayuntamiento de Madrid, fue elegido en varias ocasiones, ocupando el cargo entre 1905 y 1909, y entre 1915 y 1919. De la misma manera, fue elegido diputado provincial del PSOE por el distrito Latina-Chamberí de Madrid, ejerciendo el cargo hasta 1915. Ese año volvió a ser candidato por el mismo distrito y en 1921 por el distrito de Universidad-Hospicio sin resultar elegido en ambas ocasiones.

En 1917, sería procesado y encarcelado, junto con Daniel Anguiano, Julián Besteiro y Andrés Saborit, como miembro del Comité de la Huelga General llevada a cabo en agosto de ese año, siendo condenado a cadena perpetua. Su salida del penal de Cartagena, se produciría tras ser elegido diputado por Barcelona en 1918. De nuevo sería procesado por su implicación en el movimiento pro-republicano de diciembre de 1930. Siendo absuelto a finales de marzo de 1931, pocos días antes de proclamarse la República.

Así relata Largo Caballero la detención del Comité de huelga:

«La noche del 15 de agosto nos disponíamos a cenar cuando llamaron a la puerta. Abrió la mujer de Ortega. Eran el comisario y varios agentes. Como la habitación era pequeña nos vieron en seguida y el comisario, dirigiéndose a mí, dijo:

—¿Están ustedes aquí?
—¡Ya lo ve usted! —contesté yo.
—Tengo orden de detenerlos, vénganse conmigo.
—¿Nos permite usted cenar? —pregunté. Dudó un momento y contestó:
—¡Bueno!
Se marchó, dejando con nosotros a los agentes. Estando comiendo observé que uno de ellos se sonreía. No pude contenerme y le pregunté:
—¿Por qué se ríe usted?
—Me río —me contestó— porque comen ustedes como si no ocurriera nada.
—¡No hemos cometido ningún crimen! —le repliqué.
Los periódicos afirmaron que nos encontraron debajo de las camas, y a Virginia, metida en una tinaja.
El comisario debió ir a dar cuenta del hallazgo a sus superiores, y al volver nos invitó a seguirle. Al bajar la escalera observamos que estaba ocupada por soldados armados de fusil y con bayoneta calada. Salimos a la calle, donde nos esperaba un camión y guardia civil a pie y a caballo; las entradas de las calles estaban ocupadas por tropas. Subimos los cuatro al camión, yendo custodiados por guardia civil de a caballo hasta Prisiones Militares.
Pasado el viaducto vimos los bailes de la verbena de la Paloma, y le dije a Besteiro: «¡Qué contraste!»
Al descender del camión a la puerta de Prisiones Militares, el jefe de la prisión —un coronel— nos recibió lanzándonos una sarta de injurias: «¡Canallas! ¡Granujas! ¡Bandidos! ¡Criminales!…», y algo más que no puede transcribirse. Nos encerró separadamente en celdas de soldados, sucias, mal olientes, con centinelas a la puerta y en la ventana del patio con orden de disparar al menor movimiento que se hiciese. La impresión que me producía tanto aparato de fuerza armada era que aquella noche tratarían de liquidarnos.

Durante varios días permanecieron incomunicados, » Durante mi incomunicación pedí libros para leer y me trajeron de mi casa el primer tomo de la Historia General de España de Lafuente. A los tres días, el coronel, me recogió el libro sin decirme las causas. Insistía en el deseo de leer y el Jefe de la prisión me facilitó cuatro o cinco folletos, entre ellos uno de Víctor Hugo titulado: Las últimas veinticuatro horas de un condenado a muerte. ¿Verdad que el obsequio era propio de una persona fina, delicada, culta y humanitaria?

En el periodo de la II República, fue Ministro de Trabajo y Previsión Social entre 1931 y 1933, en el Gobierno de Manuel Azaña. Y Presidente del Gobierno y Ministro de Guerra desde el 4 de septiembre de 1936 al 17 de mayo de 1937.

Al finalizar la Guerra Civil, en 1939, se exilió en Francia, residiendo en París hasta que en junio de 1940, la ciudad es ocupada por los alemanes, por lo que marchó hacia el sur. En su periplo pasó por Albi, Trebas les Bains y Croq. En 1941, el gobierno franquista solicita su extradición, lo cual le lleva a ser encarcelado en Aubusson y Limoges, hasta que ésta petición fue denegada. Permance en libertad vigilada en Val les Bains y Nyoms (Drome) donde, en febrero de 1943, fue detenido por la Gestapo y tras pasar por la cárcel de Neuilly fue deportado al Campo de Concentración de Oraniemburgo, a las afueras de Berlín. Allí fue liberado el 24 de abril de 1945 por tropas polacas y conducido a Postdam, donde estuvo bajo custodia del ejército soviético hasta que el 15 de septiembre de ese año fue trasladado a París. Pocos meses después, debido a los padecimientos sufridos en el campo de concentración, y a la enfermedad renal contraída, sufre un rápido agravamiento que, obliga a intervenirle quirúrgicamente varias veces, hasta provocar su fallecimiento el 23 de marzo de 1946.

Largo Caballero fue una persona de profundas convicciones, ferviente seguidor de Pablo Iglesias; no fue un «teórico» del socialismo, sino un líder autodidacta fraguado en el movimiento obrero, con una visión muy clara sobre la necesidad que tenía la clase trabajadora de contar con fuertes organizaciones. Sin ellas, el trabajador estaba al albur de los deseos de los propietarios, de los dueños de las fábricas o de los cortijos, expuesto siempre a la explotación; de manera que su lucha no podría contar con una mínima posibilidad de triunfo.

Pero al igual que ocurre en nuestros días, el socialismo siempre fue atacado por la prensa burguesa, por los medios «asalariados» del capital, incluso contando con algunos que, procediendo de nuestras propias filas, se ven afectados por un repentino «síndrome revolucionario». De esta forma se expresa Largo Caballero en 1921: “Es lamentable tener que dedicar una buena cantidad de tiempo y energías en salir al paso de las campañas difamatorias que se están realizando contra el Partido Socialista y la Unión General; pero la realidad es superior a nuestra voluntad, y la realidad es que la casta de difamadores tiene condiciones prolíficas asombrosas y que se suceden unos a otros sin solución de continuidad. Claro que no es posible entretenerse en tirar piedras, y perdóneseme la metáfora, a todos los calumniadores que salen al camino a ladrar a la Unión y al Partido; pero siempre hay que hacer alguna excepción. Fracasado el intento de apoderarse del Partido y de producir en él una grave escisión, algunos que hasta hace poco estuvieron en los puestos directivos de dichos organismos, sin que se les ocurriera una sola vez proponer y defender nuevos métodos de lucha, ahora, a falta de otros menesteres más en armonía con su temperamento revolucionario, emplean sus actividades periodísticas en colaborar en la obra demoledora de calumniar a la Unión General, sin duda para ir preparando el terreno al objeto de que si no pueden tampoco apoderarse de ella, por lo menos producir en sus files el asco, la confusión y la depresión de espíritu. ¡Gran labor revolucionaria!

Siempre mantuvo consciencia de su origen, del porqué de su representación y de a quienes se debía. En palabras propias pronunciadas en un mitin celebrado en Jaén el 5 de noviembre de 1933:  «Os digo que al dejar los cargos no he tenido que volver a la clase obrera, porque jamás salí de ella; me ha bastado con sustraerme a los halagos y las comodidades personales, sabiendo que mi puesto no podía estar más que en el campo obrero. Porque la redención de la Humanidad solo puede hacerla la clase obrera.»

Y esa grandeza y honestidad la mantuvo hasta el final de sus días. Incluso en momentos muy delicados, pues instalado en su condición obrera sin ambages de ningún tipo, en los años del exilio todavía hace constar su única profesión de estuquista en algunos documentos de identidad posteriores a 1939. Su condición de exjefe del Gobierno solo la utilizó alguna rara vez en intentos para salir de Francia con dirección a México.

Fue enterrado en el cementerio de Pere Lachaise con honores de Jefe de Estado.

Así se recogía su muerte en El Socialista

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Rafael Valera 22-03-2018

Fuentes bibliográficas: «Mis recuerdos» (F. Largo Caballero) 
Largo Caballero (Arostegui, Julio) 
Archivos de la Fundación Pablo Iglesias

 

 

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